miércoles, 10 de abril de 2013

¿Vuelvo o no vuelvo? Los coachers y sus gritos

Pues no sé. Vuelvo a mi intento de blog o lo dejo por imposible... O vuelvo a ratos, cuando me apetezca y tenga algo que contar. Dicho esto, hoy tengo algo que contar.

Resulta que la empresa en la que trabajo va como un tiro (sí, lo sé, no es lo común, pero ha pasado a base de mucho, mucho esfuerzo, y también de un poquito de suerte). Tanto que nos hemos convertido en multinacional a principios de año (nos han comprado porque molamos mucho y hacemos mucho dinerito) con lo que eso supone de reajuste de equipos, promociones, trabajo, más trabajo... Y también compañeros nuevos. Ellos se dedican a la parte tecnológica. Nosotros, a la prestación de servicios. Somos las dos caras de la misma moneda. Pero, claro, hay que llevarse bien. Quererse y eso. Acoplarse a las exigencias de uno, al know-how de otro... y eso lleva su tiempo. Y como tiempo es lo que no tenemos (hay mil proyectossuperimportantes para ayer), nos hemos ido de convivencia un par de días. 40 trabajadores (cargos medios y alta dirección) y cuatro coachers que no paraban de gritar y de pedir que gritáramos (¿era necesario?). Que hay que cambiar la energía, se grita. Que hay que desprenderse de los miedos, se grita. Que tienes que convencerte de que eres muy feliz, se grita. Se grita cuando se parte una flecha (de las de verdad) apoyándola contra la base del cuello. Se grita cuando caminas sobre cristales rotos (con la alegría de saber que puedes calzarte de nuevo tus dos zapatos). Se grita. Ése es mi resumen. Se grita y se grita mucho (y, si no gritas porque tu sentido del ridículo te obliga, mejor que sea donde no te vean).

Asumido que estábamos allí para dejar sordos al resto de habitantes del hotel, llegó la trampa de los jefes. Divididos en grupos mixtos (de ambas empresas), había que plantear un proyecto para la compañía, viable, implantable en poco tiempo, que ahorrara una pasta. En apenas dos horas. Con sus numeritos hechos y todo. Con premio suculento para el equipo ganador. Sin más reglas. Y salió más que bien. La votación final y las puntuaciones fueron ajustadas. A dos décimas nos quedamos de ganar.

Nunca había estado en una historia como ésta. Siempre me había planteado qué se hace en estos encuentros (me imaginaba que serían un muermo insoportable o una fiesta sin fin, mira que soy pava). Pues resulta que sirven para reírse hasta que te duele la barriga, para descubrir que en tu equipo hay otro friki de las series americanas, que ese tío que te parecía un petardo sigue siendo tan petardo o más fuera de la oficina y que ese otro, el guaperas, no es nadie sin un espejo al lado. Y que esa compañera es mucho mejor persona sin presión, y que uno de los jefes tiene un humor inglés increíblemente divertido... y te das cuenta de que, coño, quieres a esta gente. Indudablemente, a unos más que a otros (eso de que el roce hace el cariño es muy, muy cierto). Pero los quieres porque creen en su trabajo tanto como tú, porque saben que es importante para la vida de muchas personas, porque se dejan el alma, el resuello y el sueño por sacar un proyecto adelante a contrarreloj. Y das gracias a la vida porque ahora sabes que estás donde quieres estar, con gente que son jefes y compañeros de los de verdad, de los que no gritan, de los que te piden las cosas por favor, de los que se preocupan y te llaman si saben que pasas un mal momento personal, pero que te exigen hasta la extenuación cuando hay que hacerlo.

No sé si suena pretencioso en estos tiempos que corren, pero mi empresa es genial (la mayoría de los días). Y la gente que la forma, mucho más (también la mayoría de los días).


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