martes, 26 de julio de 2011

Los días perros

Hay días en que una se levanta perra, sin ganas de ná, dispuesta a vegetar sobre cualquier superficie medianamente cómoda y a no usar ni una neurona de más. Lo malo es que, normalmente, esos días suelen coincidir con los lunes (o con días muy parecidos a los lunes). Y hay que disimular.
En una oficina es fácil: llenas la mesa de papeles, abres una hoja de Word (ya escrita) por si viene el jefe y te pasas la mañana hablando por teléfono, navegando por la red (siempre que no esté capada) y tomando cafés. Unas cinco o seis veces. Y, si tienes mucha, mucha suerte, a lo mejor puedes escaquearte pronto y seguir vegetando en el sofá de tu casa.
Quienes trabajamos desde casa lo tenemos ¿más fácil? No. En una oficina transmites tu perrería a los demás, que están tan perros como tú, y vegetáis juntos. En casa, con la única compañía del portátil y del teléfono, la única opción es llamar a una amiga y hablar de cualquier cosa, menos de trabajo. Porque el resto de opciones (hacer las camas, ir a la cocina y ver la ropa sin lavar, el fregadero lleno de platos de la noche anterior, el suelo como si hubiera pasado por allí una piara de cerdos… o pasar por el salón y alucinar con la cantidad de migas que puede absorber tu suelo…) no se contemplan. El día perro es perro total, perro carlino si me das a elegir.
Así que hoy estoy perra. Y me encanta.

jueves, 21 de julio de 2011

Engordando las listas del paro

Sí, ya sé que está la cosa como para quejarse, pero hoy tengo rabia contenida corriendo por las tripas. Y tristeza. Y  ganas de llamar hijodeputacabrón a alguno.
Resulta que en estos días han echado a tres compañeros del periódico en el que trabajé 8 años, ná más y ná menos. A una de ellos se lo han comunicado por mail, ni una llamada, ni una explicación. Estás en la calle, cuando vengas de las vacaciones te pasas y firmas los papeles, adiós, adiós.
Pero parece que esto ahora se lleva mucho. Una cartita, un mail, como mucho una llamada de teléfono. Nada de un encuentro cara a cara, no sea que se la partas. Te pasas por personal a firmar el recibo, y así le montas el pollo a otro. La única vez que me han despedido, mi ‘jefe’ me citó en su despacho y salió tal cual entró. Ya sabes que no es nada personal, pero tenemos que hacer sitio a otro con el que tengo un compromiso, tú eres muy buena, cuánto lo siento, pero has sido la última en llegar y bla, bla, bla…
Dos años de paro me comí. Dos años. Veinticuatro meses, 730 días con sus noches (largas). Hacía de todo para llenar el tiempo, además de mandar una media de 10-15 currículums diarios: me convertí en una experta repostera (mis amigos me adoran), pinté la casa de arriba abajo, hice bricolaje, me saqué el CAP por si lo mío era dar clases a adolescentes hormonados (no lo es)… y, finalmente, tras una visita a mi psicólogo de cabecera, decidí cambiar el enfoque: ¿qué quiero ser de mayor? (eso ya me lo había contestado años antes, pero me quedaban unos 35 años de vida laboral… y podía reinventarme). Y me reinventé. Dejé de pensar que yo era lo que ponía en mi tarjeta de visita. Era yo, con mi mochila de experiencias, tragedias, alegrías e ilusiones. Con una familia de la que tirar para arriba. Dejé de sentir pena por mí misma. Y las cosas cambiaron.
Éste mismo consejo se lo he dado hoy a mi amiga. Y sé que suena utópico, que hoy no tiene la cabeza para estas estupideces. Pero no es momento de dejar que se meta en el pozo. Aunque el paro es una mierda, también es una oportunidad para quien tiene la cabeza bien amueblada, un seguro económico durante unos meses y ganas de trabajar. Hoy no lo verá así, probablemente mañana tampoco. Pero antes o después se sentará con su novio/marido y pondrán las cartas sobre la mesa. Y quien hoy es una estupenda profesional del periodismo será una maravillosa profesional de otra cosa. O de lo mismo. Pero con más fuerza. Y podrá mirar al hijodeputacabrón que la ha despedido con desdén, incluso dándole las gracias. A mi exjefe se las doy yo en mi cabeza todos los días.

miércoles, 20 de julio de 2011

Hagamos las cosas bien...

Me llamo Ana Solano. Treinta y tantos. Digamos que voy camino de la cuarentena con bastante dignidad. Con alguna cana en las sienes y en un mechón que sale de la coronilla. Convenientemente teñidas de rojo rubí. Soy alta para mi generación, gorda y uso gafas. Ya os podéis imaginar qué infancia más divertida tuve…
Estoy matrimoniada desde hace ya una docena de años (sí, fui de las precoces) y tengo dos hijos, gemelos, de casi 8 años. Mi mejor trabajo, sin duda, y también el más difícil (y con el que más me río, eso también).
No soy una tipa al uso. Eso lo supe desde que pude mirarme al espejo. No me preocupa mi aspecto, al menos no más de lo que considero normal. Para el resto de mundo es bastante poco, pero ya he aprendido a decir que me da igual, y encima es verdad. Llevaba el pelo corto cuando todas las niñas de mi edad lucían espléndidas coletas, nunca me puse falda sin protestar (creo que únicamente dos veces en mi vida, en mi comunión y en mi boda, he usado ese invento del demonio), subía (y subo) a los árboles como un mono, tenía siempre las rodillas peladas, no jugaba mal al baloncesto y quería ser un chico. Ahora ya no quiero ser hombre, pero sigo sin ser ni sentirme una tía de mi edad.
Me encanta leer. Puedo abstraerme de la III Guerra Mundial que se monta cada tarde en el salón de mi casa solo con un buen libro. De pequeña caminaba ida y vuelta al colegio, 25 minutos cada trayecto, con un libro en la mano. Extrañamente, nunca me caí, no me atropelló ningún coche ni me perdí.
Quizá fueron los libros los que me llevaron a hacerme periodista. Quizás fueron mi odio visceral a las matemáticas y las promesas de viajes infinitos, de aventuras, de encuentros con las mentes más preclaras de la Tierra… No hay nada de esto, pero me gusta. Siempre quise ser una escritora famosa, como Rosa Montero, Almudena Grandes… pero aún no he encontrado la inspiración, o ella no me ha encontrado a mí (¡eh, estoy aquí!!!).
Ya sabéis de mí más que muchas de las personas que dicen que me conocen ¡Ja! Soy tantas personas que a veces tengo problemas para entenderme…