martes, 9 de agosto de 2011

Vacaciones (casi) a la vista


Nunca me ha gustado irme de vacaciones a hoteles. Antes, cuando mi chico y yo no éramos padres múltiples, fuimos alguna vez, por aquello de que te lo den todo hecho y no tener que preocuparnos de nada. Pero me resulta muy, muy artificial. El hotel es donde dejo la maleta e intento dormir cuando estoy de viaje de trabajo. No un lugar para descansar.
No me gusta compartir un bufet que tiene hora de cierre (y eso que disfruto como una enana de los desayunos), no soporto el ruidito de la cama de la habitación de al lado ni el mogollón de la piscina. Yo quiero levantarme cuando me da la gana, comer cuando me apetece y dónde y lo que me parece, no escuchar más gritos que los míos y andar vestida con lo primero que pillo. Así que yo soy de apartamento o, más bien, de casita con piscina y vista al mar. No tenemos horarios, ni camareros, ni las camas hechas, ni siquiera el suelo barrido de la arena de la playa. Pero nos encanta levantarnos al mediodía, abrir la puerta y salir en pelotillas directos a la piscina. Conocer un lugar durante varios años, encontrar la casa que te gusta y repetir cada verano. Saber dónde se aparca sin problemas, dónde comprar el mejor pescado fresco y dónde está la mejor terracita, a la que van los de allí, no los turistas. Tener la certeza de que la librería de viejo que abre cada verano estará éste también, en el mismo lugar del paseo marítimo, para hacerle unas cuantas visitas. Saber qué hora es la mejor para ir a la playa, qué zona es mejor según las corrientes y si sopla o no levante. Abrir la ventana cada mañana y oler la sal en el aire, escuchar las hojas de las palmeras batir con el poniente…
Vamos, que nos quedan aún muchos días para disfrutar de nuestro pequeño paraíso. Pero ya estoy soñando con las puestas de sol sentada en la arena…

(*) Por cierto, esa playita existe. En España. Y es la nuestra.

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